LOS CUICAS


Los indios cuicas provienen de una masa social formada por asentamientos establecidos en la meseta central de Colombia, que constituyeron la gran nación muisca de elevada cultura en su momento y que por el lenguaje utilizado, según estudios fonéticos y lingüísticos oportunos, sus orígenes arrancan de Centro América, entre Honduras y Costa Rica, y que una vez transmigrados al territorio colombiano, desde la gran meseta de Cundinamarca hacia el Oriente frío y montañoso de Boyacá y los Santanderes entran en comunicación con tribus originarias de Venezuela, antes venidas del Sur amazónico, principalmente arhuacos, estableciéndose así una mixtura de razas que con ciertas diferencias mas hermanadas llegan a ocupar los estados andinos del Táchira, Mérida y Trujillo, aunque el Táchira por las oleadas sucesivas de indios caribes provenientes del lago marabino y algunos por el llano barinés, configuran en el tiempo un grupo parecido aunque no hermanado, como si lo fueron las comunidades de la nación chama, o sea vinculada al río mayor merideño, y de la nación cuicas, que se forma por varias parcialidades de un tronco común y que debido a las razones históricas viene a tener ese nombre diferencial, porque en la entrada de los españoles a esa zona indígena se encuentran con el numeroso grupo denominado cuicas, y de entonces acá se tomó dicho apelativo para llamarlos a todos con esta palabra identificadora, de donde sea bueno aclarar que el término timotocuicas es inexistente, superpuesto y obra quizás de un escritor romántico que por razones familiares pensó en establecer este maridaje que repito es inexistente.

Los CUICAS ya señalados según cuentas de la época ocupaban una extensión de 362 leguas que se extendían desde el páramo de Serrada hasta el inicio de los llanos de Carora, por el poniente de El Tocuyo, la quebrada Tafajes y las aguas que corren hacia el lago de Maracaibo, con su principal vertiente, que es el río Motatán, aunque el Misturnucú o Jiménez fue cantado hasta por poetas de sólido estro musical. En su territorio hay treinta ríos o cursos de agua y treinta y cuatro picos de montaña con más de 3000 metros de altura. El territorio de su jurisdicción lindaba con otras comunidades diferentes, que por lo común mantenían la paz dentro de una defensa permanente, pudiéndose contar por el norte a los temibles jirajaras, a los aliles y quiriquires lacustres, los betoyes, gayones, caquetíos, ayamanes, ajaguas y omocaros, limitando por el estado Lara, los aracayes y coyones por el lado de Portuguesa, los calderas, caratanes y cambambas por el estado Barinas, y los chamas, de la cultura chama, por el estado Mérida, haciendo constar que estas parcialidades indígenas en su mayoría y en tiempos necesarios, eran migratorias. El nombre Cuicas es de origen chibcha, la nación más desarrollada de los ancestros muiscas, y equivale en ese lenguaje occidental a “tierras altas”, porque en verdad buena parte de los asentamientos cuicas existían en las tierras altas del hoy Estado Trujillo. Se componían principalmente de 17 comunidades organizadas que andaban establecidas en forma sedentaria, lo que era un progreso para la época, dependiendo de la agricultura, la caza y pesca, la cría menor desde luego y las artes manuales, en la cual eran expertos como el caso de los objetos en cerámica o de barro cocido, arcilla y la cestería, pulían la piedra, el cuarzo, silex, el azabache, la pizarra y elaboraban los tejidos de colores, como chinchorros y piezas de calzado (alpargatas o cotizas), que tuvieron fama en el período de la Colonia. Además las mujeres y los hombres usaron prendas pectorales de dos alas, en forma de ave estilizada, gargantillas, collares, adornos diversos, colgantes, mantas de algodón etc. Las cuatro más importantes familias de esta nación fueron los tostóses, que desde las fronteras de Boconó llegaron hasta ocupar algunas vegas de Timotes, de donde toman su nombre en ese piedemonte andino; los escuques, que es como la parte central indígena de la zona, con doce parcialidades, y la numerosa nación cuicas, que le da el nombre a todo el conglomerado indígena por referirse a ello y en genérico los primeros cronistas españoles que se impusieron estudiar a dicho territorio y sus pobladores. En ese tiempo primigenio se contaban cuatro centros o villajes extendidos llamados Boconó, Jajó, Escuque y Carache, con un dialecto común que surtía a dieciséis pueblos aborígenes, y numerosas parcialidades indígenas, entre ellos los tirandáes, que pronto esos españoles mediante los sistemas de asentamiento y colonización comienzan a catequizar olvidando sus tradiciones ancestrales, e imponiendo al tiempo los sistemas traídos desde Europa, con fines personales, mediante leyes de sumisión con que se obliga a aprender el rigorismo de la lengua castellana y el olvido de sus credos animistas legendarios so pena de incurrir en delitos eclesiales, entre ellos la mohanería ejercida por piaches idólatras, mientras al mismo tiempo y para suavizar la dureza de tales disposiciones, los Reyes Católicos, con Isabel a la cabeza y hasta en tiempos de Felipe II, por Reales Órdenes se dispuso hacer ciertas concesiones de hidalguía a los caciques indígenas de la zona, cuestión extensiva a toda América, para así darles el título de Don, utilizar un bastón de mando con efecto en las comunidades sufragáneas y al tiempo reglamentando ciertas maneras de vida entre sus dependientes, acordes desde luego con lo dispuesto por las autoridades hispanas y sus instituciones, ergo el Cabildo y las leyes de Indias.

A los jefes de estas tribus se les identificaba con el nombre de chacoy, y el principal se le llamó tabisquey, pero para las decisiones de importancia había reunión del colectivo de ancianos a fin de conocer sobre sus experiencias, en esta comunidad que tenía la mayor población para el momento de la llegada de los hispanos a dicha tierra, estimándose en más de 20.000 indígenas, manejados por una cincuentena de caciques, que en obra de veinte años largos fueron sometidos, procediéndose así al mestizaje y la transculturización.

En cuanto a sus creencias, bien emparentadas con la de los muiscas colombianos, utilizaban en ello el difundido animismo, y dentro de tales manifestaciones espirituales rendían culto al sol (reupa), la luna (chaseugn), el Ser Supremo creador (Kchutá), el murciélago, la rana cantora [símbolo chibcha de la lluvia], la luz, el calor, las estrellas, el viento, la lluvia, el agua y la centella. Profesaban el culto a los cuerpos celestes, enterrando a los muertos en mintoyes bajo forma sedente o en cuclillas. Dentro del primitivismo ancestral temían a los seres maléficos como Keuña (diablo), Quiaque (ser patriarcal azotador) y Quirachú (dios maligno presente en el templo de sus recogimientos). Los dioses para adorar eran simbolizados en forma de muñecos de barro cocido, algunos en el interior hueco contentivo de piedras pequeñas que podían sonar (chorotes), parecidos a los tunjos chibchas, y vistos en modelo estatuario bajo diversas concepciones culturales como erguidos, sedentes, con utensilios en las manos, y hasta servidos del nervio viril, etc. En los numerosos adoratorios descubiertos, principalmente cuevas (existen 32 cuevas y cavernas, entre ellas las conocidas de Niquitao)), ordenados destruir por la Inquisición que manejara la orden dominica, y más en tiempos del obispo vasco fray Antonio de Alcega, se realizaba el culto mayor, con una ofrenda de manteca de cacao, mientras se danza en grupos acompañados de fotutos, chirimías, maracas y tamborcillos.

A objeto de corregir estas perversiones de la idolatría para 1608 ya se habían quemado 1.514 santuarios indígenas en la “provincia de cuycas”, como se le llamara entonces, y aún para 1714 en Carache se liquidaron 24 adoratorios y 74 ídolos que representaban estas manifestaciones paganas, pues hay que recordar, además, que al gran ídolo de la región los españoles lo encontraron a su entrada por Escuque, que era llamado Ikaque, establecido por tierra de los escuqueyes, en Quibao, donde tenía su adoración ferviente y ofrenda en un templo de tres naves sobre horcones adornado con astas de venado, lugar en que se rendía culto a una estatuilla perdidosa, redonda y fabricada en oro, representado a la diosa de las cosechas. En referencia a la vida particular de estas sociedades autóctonas diremos que mantenían afinidades raciales y etnográficas con los chibchas de Colombia, mientras existía la poligamia y la virginidad no era un secreto y menos virtud dentro de su manera de vivir. Ya para la época en que fueron destruidos sus adoratorios el Obispo de Caracas ordenó reunir a los cuicas para distribuirlos en diez doctrinas y bajo la protección física de los señores principales de la región, mientras que en 1621 el gobernador Francisco De la Hoz Berrío redujo a diez pueblos la organización social de dichos indígenas, y en 1687 la provincia de Cuycas albergaba 49 encomiendas indígenas, según el censo establecido.
En cuanto a la VIDA COTIDIANA de los cuicas diremos que eran callados y melancólicos, algo parecido a su música. Cosechaban maíz como elemento esencial, legumbres y algodón, usaron bolas de hilo en el trueque o transacciones comerciales y vivían en chozas de palma dentro de los poblados. Su cuenta era decenal, con las dos manos, y usos de nudos de a cinco porciones, equivalente a cada mano. La semana era de cinco días, de acuerdo con el cambio de la luna, y no eran belicosos, salvo en el resguardo de sus territorios y familias. Su lenguaje de reminiscencia muisca era sencillo, carente muchas veces de sonidos fuertes, y desde luego que desconocían la forma escrita, salvo excepciones pictográficas en piedras y grutas. Su idioma vale decir aún se hablaba en las altas montañas del diario recorrer a fines del siglo XIX, salvándose del olvido total gracias a los trabajos que sobre ello realizaran autoridades como Rafael María Urrecheaga, Amílcar Fonseca, Alfredo Jahn y Julio César Salas.

En cuanto al arribo de los españoles a la provincia de Cuycas lo hicieron por tierras de la llamada tribu cuicas, cuyo topónimo en adelante los identifican en total, y con 70 infantes, indios yanaconas y caballerías penetran hasta el lugar de Escuque, donde fundan la ciudad de Nueva Trujillo, en recuerdo de la patria del conductor Diego García de Paredes, hacia mayo de 1557, y una vez construido el palenque que defiende a la población hispana, De Paredes regresa a El Tocuyo para dar cuenta de esta fundación, mientras que los neotrujillanos se extralimitan frente a la población indígena, cometiendo delitos y entre ellos violaciones, que exacerban a los naturales, quienes mediante el llamado de la sangre en las partes altas reúnen a las tribus vecinas y así cuatro comunidades declaran la guerra al ocupante, al mando del recio cacique Jaruma, “el del penacho de diez plumas” y otros asistentes a la guazábara, de donde los sitian y bombardean con fuego, flechas envenenadas, lanzas, cerbatanas y enormes pedruzcos o galgas que lanzan desde estribaciones altas, por lo que de noche y sin ruido, salvo el canil, los temerosos habitantes hispanos que montan a casi un centenar se escoden entre las sombras para huir rumbo a Barquisimeto, pero pronto y por la riqueza del lugar los conquistadores regresan a este sitio para refundar con el nombre de Mirabel a la ciudad deshecha, lo que harán en forma consecutiva y por siete veces a la dicha Nuestra Señora de la Paz de Trujillo, nombre final de tales ejecutorias, conocida de entonces como “ciudad portátil”, para quedar asentada por siempre en el poblado valle de los indios mucas, en el año de 1570. Ya para entonces los naturales indígenas habían tenido diversos enfrentamientos con los opositores hispanos, distinguiéndose entre ellos el chacoy Pitijoc, de la comunidad visupite, quien muere luchando en el cerro El Conquistado, el valiente cacique Carachy, de origen jirajara, ejecutado por Francisco Gómez Cornieles, y el valioso protector de dicha raza, que se distinguió por sus hazañas, o sea el tabisquey Pitijai, de la tribu estavayas, último de los valientes defensores de su mundo prehistórico quien en 1575 debió rendir la vida luchando luego de dieciocho años de dura oposición formal, en época del gobernador Diego de Mazariego.